Cuando callamos el dolor.
Hay silencios que no son paz. Son silencios que duelen. Que se guardan en lo más profundo del cuerpo y del alma. Son las palabras que no dijimos cuando éramos niñas o niños, las lágrimas que no salieron porque no sabíamos cómo, o porque aprendimos que mostrar dolor no era seguro.
Muchas veces, aprendimos a callar para sobrevivir. A sonreír cuando queríamos llorar. A portarnos bien aunque por dentro gritábamos. A ser fuertes para no incomodar a otros. Y esa habilidad, aunque nos ayudó en su momento, puede convertirse en una carga silenciosa cuando llegamos a la adultez.
¿Qué pasa con ese dolor guardado?; el cuerpo recuerda lo que la mente intenta olvidar. Y aunque pensemos que “ya pasó”, las heridas de infancia o las experiencias traumáticas no desaparecen por arte de magia. Muchas quedan almacenadas en lo profundo del sistema nervioso, y pueden reactivarse sin que lo notemos del todo.
Tal vez hoy reaccionas con enojo o ansiedad frente a situaciones que parecen pequeñas, pero que despiertan en ti un eco muy antiguo. Tal vez te sientes desbordada, insegura o sola… sin entender del todo por qué. A veces, la vida actual toca las mismas cuerdas que tocaron esas experiencias pasadas.
No estás rota. Estás recordando. Tu reacción no es exagerada. Es una parte de ti que necesita ser escuchada. Cuando se activa una herida antigua, tu cuerpo está diciendo: “Esto se parece a lo que antes me dolió. ¿Ahora sí es seguro sentirlo?”. Y esa es una oportunidad valiosa: el momento en que puedes atender lo que antes tuviste que silenciar.
Si quieres empezar a sanar ese dolor que fue callado, aquí algunas claves:
Reconoce tu historia con compasión. No se trata de culpar a nadie, sino de validar lo que viviste. Lo que sentiste fue real, incluso si nadie lo reconoció.
Observa tus reacciones con curiosidad, no con juicio. Pregúntate: “¿Esto que siento ahora, se parece a algo que viví antes?”
Busca espacios seguros donde puedas hablar. La terapia puede ayudarte a darle palabras a lo que no pudo decirse antes. También escribir, dibujar, o simplemente hablar con alguien de confianza puede ser un primer paso.
Recuerda que sanar no significa “olvidar”, sino integrar. Es construir una nueva relación con tu historia. Una en la que tú tienes voz y cuidado.
En resumen:
Cuando callamos nuestro dolor, no lo hacemos desaparecer… solo lo guardamos. Pero el cuerpo, la mente y el corazón lo siguen llevando dentro. Sanar es permitirnos escucharlo, nombrarlo y sostenerlo con amor. No para quedarnos en el pasado, sino para liberarnos en el presente.
Si este texto resonó contigo, recuerda: no estás sola. Hablar de lo que dolió no te hace débil. Te hace valiente. Y cada vez que eliges escucharte, estás dando un paso hacia tu propia sanación.
Con cariño. Dennise.